domingo, 2 de diciembre de 2007

Domingo

La ciudad estaba desierta.

No quedaba un alma,
no resonaba un suspiro.

Atrás los restos

de naufragios de amores,

de esperanzas debidas,

de fes caducas.

La lluvia regaba cada rincón:

las soledades,

la inmensidad de tantas

melancolías,

de las almas errantes.


La ciudad estaba bella,

triste pero eterna.
Radiante, serena.

Como un suspiro

que no se agota,

como la inquebrantable

lentitud

de un domingo,

marcha rutina

de este peregrino

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno, Pablo! Me encanta!