Semanas y semanas sin escribir, la vida fluyendo entre lo imprevisible y la vuelta a la realidad. Encuentros y desencuentros en torno a miradas, luces y sombras, expectativas y decepciones, y más de una sonrisa.
A veces parece que todo se decidiera en un instante, en la oscuridad de la noche de Brujas, en aquél lugar donde, en apenas unos minutos, muchas cosas se quebraran.
En una jugada, en un error de cálculo, una dama que muere, y una partida que se pierde. El ajedrez como ejemplo de la fragilidad de la vida, donde los cálculos a veces no alcanzan la realidad, y el hombre se limita a clamar al cielo, rezar, renegar ante lo que de nuevo es, la imposibilidad de controlarlo todo.
Pero la vida también como el callejón inesperado en cuya vuelta descubrimos una persona, un amigo, la compañía añorada, la esencia de tantas cosas.
La palabra que nunca se pronuncia, el lugar recurrente de nuestra memoria, los pasadizos que la vida nos puso, y que a veces cruzamos en la grisácea tarde de domingo, cuando todo se viene abajo y la certeza no es ni religión ni guarida, sino objetivo inalcanzable en esta vida.
Romper el hielo, recuperar las viejas costumbres, escribir, inverosimilitudes, encontrar el toque, o simplemente recordar que como decía Heidegger, "el ser acontece". Dejarse llevar por muchas cosas, perder racionalismos, y otras tragedias, aprovechar este verano para leer, escuchar, sentir, romper el hielo de tantas cosas abandonadas, quizás también más de una fe.
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