sábado, 27 de septiembre de 2008

Desde la trinchera

Últimamente no escribo tanto. Bueno, escribir, escribo. Pero no estas cosas, que en el fondo son las que importan. Compartir una vivencia, denunciar una injusticia, o simplemente animar a otros a leer, a preguntarse, a oír la interpelación de la vida.

Últimamente he abandonado la comodidad del refugio, de las escaramuzas pasajeras, del estudio. Ahora me encuentro por fin en la trinchera. Codo a codo con la lucha del día, el estrés, el reto. Mirando a la vida a los ojos, y sintiendo la humanidad entre la paz y la guerra de esta ciudad.

Últimamente camino entre estas calles, cruzando a las gentes, sintiendo esta ciudad diferente, sin percatarme de que el que cambio quizás sea yo. De nuevo centrado en esta ciudad, disfrutando de ella, de los de siempre, los que comparten las discusiones que alimentan mi alma, con los que intercambian las ilusiones, los libros y las películas que no hay que dejar de ver.

Últimamente estoy de vuelta por aquí, entendiendo un país, un mundo, una humanidad, una esencia de ser, que no siempre es normal. Intentando buscar la racionalidad, a un hombre irracional, intentando buscar la lógica detrás de las decisiones, de los textos, de las conversaciones.

Últimamente he vuelto por estas calles, he llegado a mi despacho, o he ido en torno a las calles en las que fui. Y buscando encontrarme, a veces, me revelo en un pasado, que marcó las huellas que hoy soy.

Últimamente busco, pregunto, leo, y camino, en esta nueva senda que se abre en Madrid. De nuevo estoy de vuelta, o quizás hay otro que está de vuelta. He cambiado, y en las trincheras surge un nuevo hombre, que tiene ganas de vivir, de explorar las sendas de esta ciudad, de sus agentes y ver quién puedo llegar a ser.

1 comentario:

macarra ilustrado dijo...

La semana pasada granizó en el fin del mundo. Rondaba la una de la madrugada, y de repente todos los ojos gigantes del mundo se abrieron helados de miedo y de frío, atacados por un terrible estertor estival hecho de repiqueteo. Los ojos menguan cuando hace frío, verdad universal. Las pupilas salen corriendo, el verano empieza a tiritar. Cuando un verano tirita, comienza a desvanecerse, se torna ligeramente azul y finalmente desaparece, como se va el moreno de las pieles naturalmente pálidas. Septiembre ha empezado tres veces desde que resucitó el mundo. Desde entonces, he visto ya tres millones de veranos tiritando como tiritan las gacelas en el Polo Norte a finales de agosto.

En septiembre los ojos se oscurecen casi imperceptiblemente. Septiembre es marrón claro, y huele a libros nuevos y a explosión en la fotocopiadora. Septiembre es zurdo y sabe a champiñones con jamón, o a espinacas con bechamel, depende del año. Septiembre es largo, como los poemas de Ginsberg, y pica como las mantas de los aviones. Y septiembre es polisílabo, como su propio nombre indica, y es ambiguo, manga larga o minifalda, y es tormenta de verano. La semana pasada granizó como nunca desde que se acabó el mundo en dos mil seis. Desde que resucitó el mundo en mayo de aquel año. Desde que al cielo le dio por estallar en los esófagos de un ala rota de hospital. Hace ya tres años que resucitó el mundo, y ahora le brillan los ojos, grandes o pequeños, con ojeras o con bolsas, en invierno o en verano.

La vida está hecha de trienios, de granizos enormes como bolas de billar, de órganos vitales renovados y circulación congestionada en las venas principales y en las carreteras secundarias. Por eso la vida vuelve a empezar de vez en cuando, como el frío se asoma a medias en septiembre, como el calor hace estragos en mayo, como la lluvia y las cosas pequeñas aparecen de repente.

El verano tirita en mi ventana y mis ojos son más pequeños; pero menos mal que este mundo de trienios sigue funcionando.


ESTO ES ELIA MAQUEDA. SE ACUERDA DE UN POEMA, "VERANO UNDERGROUND"?

VENGA POETA, VENTE CONMIGO AL BUKOWSKI!