sábado, 30 de agosto de 2008

Cuando le conocí, ya estaba muerta

Cuando le conocí, yacía muerta en el delgado hueco del ascensor. Fría, en silencio. Como ellos siempre quisieron, como nunca pudieron. Cuando la conocí entendí muchas cosas, todos las entendimos. Recordé muchos detalles: lugares, ejércitos, y hombres en las sombras. Como tantas personas se jugó la vida. Y pagó con ella pues no pudieron arrancarle ni su lengua ni su pluma.
Como tantas otras personas, vivió realmente. A veces nosotros no vivimos, simplemente estamos en estas tierras, trabajando, leyendo, estudiando, y saliendo de juerga. Ella agradecía cada día, arriesgaba su piel por gentes sin voz. Ella, una más de ese pueblo inmenso que durante décadas masacró a tantos, y que encontró en Chechenia el lugar, el infierno donde condenar a los culpables.
Cuando la conocí, yacía muerta. Su muerte, como la de otros tantos hombres sencillos, nos recuerda tantas cosas.
En primer lugar la importancia de la memoria, en segundo lugar, nos interpela, pues como decía hace poco Vargas Llosas sobre Solzhenitsin (otra lectura siempre pendiente):
"Fue uno de esos seres incorruptibles que nos asustan porque su sola existencia delata nuestras debilidades."
Ella fue la palabra en un país de silencio sepulcral, ella fue una voz incómoda, y ahora que estoy leyendo su "La deshonra rusa", entiendo más las oscuridades de este mundo, y permito que una voz moribunda, surja de cada página, de cada historia, atrocidad o barbaridad de un ruso, que en el fondo, es la terrible llamada a la conciencia de cada uno de nosotros, que tras el amanecer de cada día, olvidamos las guerras lejanas, los muertos, los heridos, y todos aquéllos seres de teletipos que luchas por sobrevivir, o por vivir "realmente"

1 comentario:

macarra ilustrado dijo...

Difícil hacer un comentario cuando la reflexión es la propia intrascendencia, el propio espíritu acorralado por el camino más fácil.

Muy bueno, Pablo, me encanta el inicio del escrito.