El cabo San Vicente se encuentra en el extremo Sur de Portugal, en una especie de inclinación final. Mi viaje desde Tavira fue impresionante, pues no sé si por casualidad o si la mayoría de las veces es así, pero la niebla cubría todo el cabo. Tras pasar por zonas de un calor insoportable, de repente nos adentramos en las inmediaciones del cabo de San Vicente, y la humedad lo inundaba todo. Hacía frío, y no se veía el final del cabo, ni casi el mar. Pero ese súbito cambio de clima, se acompañó además con un pintoresco paisaje de gentes.
En un momento, unos tenderetes de vendedores de ponchos, gorros, chubasqueros, se entremezclaban con personajes venidos de todas partes.
Mi memoria retuvo particularmente a uno de ellos. Era extranjero, estaba algo quemado por el sol, con el pelo rapado y sin camiseta. En sus labios, un cigarillo, y un rostro de duro de película, que supongo que estaría pasando frío, pues la humedad y el frío te penetraban en los huesos.
El lugar realmente se parecía a un finisterre, un fin del mundo, donde la niebla no dejaba ver el mar, ni lo que había más allá.
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